Extraña existencia

“Dios mueve al jugador, y éste, la pieza.

¿Qué Dios detrás de Dios la trama empieza

de polvo y tiempo y sueño y agonías?”

 

Jorge Luís Borges



       —¿Te has dejado la puerta abierta? ¡Te has dejado la puerta abierta! ¡Dios mío, no puedo creerlo!
—¿Y qué quieres que haga? ¡Ya estamos otra vez! ¿Por qué siempre le echas a los demás la culpa de todo lo que pasa? ¿Sabes?, creo que estás en el camino, que acabarás loco de atar como toda esa gente que hay ahí fuera haciendo y diciendo cosas raras.
—Perdona... pero... te has dejado la puerta abierta y Dios sabe cuándo podremos cerrarla  —casi sollozando—. Tienes razón perdóname, yo sólo... no sé... es esta situación… esta locura.
—Te   lo  he  dicho  mil  veces,  no  le  des  más  vueltas —conciliadora—, todos hemos pasado por esto. Bueno, está bien todos no, la mayoría de la gente ni siquiera se ha planteado el sentido de su existencia. Pero mira, esto es lo que hay y lo más inteligente es sobrellevarlo como sea, qué vas a hacer, seguir viviendo, porque ¿estamos vivos no? Eso es innegable.
Mirada profunda, perdida, hueca.

Emilio Carmona Prado trabaja como oficinista por la mañana y dedica las tardes a su familia. Necesita mantenerse siempre activo, física o mentalmente hasta que el cansancio acaba por vencerlo. Duerme un mínimo de seis horas antes de comenzar un nuevo día. Programa sus fines de semana y vacaciones para no permanecer ocioso —en el peor sentido del término— ni un solo minuto. Resumida así su vida podría pensarse que ésta resulta excesivamente aburrida y monótona, sin embargo, Emilio tiene una peculiar manera de contemplar los acontecimientos que conforman su particular biografía. Se siente inmerso en una realidad extraña, en la que diariamente suceden cosas asombrosas. Acontecimientos o hechos simples que al común de los mortales le resultan intrascendentes a Emilio le impactan sobremanera. Emilio se apresura para anotar aquellos sucesos, y sus pensamientos referidos a ellos, sobre su pequeño cuaderno de hojas de seda en cuya superficie desliza con gran placer su especialísimo bolígrafo de escritura supersuave.

—Pero qué... —mirando hacia el cielo, perplejo— Esto es demasiado.
—Bueno, ya lo has visto, yo me di cuenta nada más salir —dirigiendo la vista hacia el mismo lugar—. Y te preocupabas por la puerta abierta...
—¿Ves algo en lo que haya quedado enganchado? ¿Algún cable? ¿Una cuerda? Un... una... —echándose las manos a la cabeza— Es para volverse loco.
A unos veinte metros del suelo un paracaidista permanece suspendido en el aire, pataleando, todavía no muy consciente de lo que le sucede. No desciende ni varía significativamente su posición en las alturas, y los que le observan tratan de hallar una explicación a la congelación o pausa en la que parece haber quedado sumido su descenso.
—¡Habrá que llamar a los bomberos, a la policía! ¡Demonios! ¡A alguien habrá que llamar!
—Tranquilo, tranquilo —abrazándole—. Sabes que no podemos hacer nada, tranquilízate.
—Nunca creí lo que contaban, estaba convencido de que eran fantasías delirantes de una panda de iluminados, y ahora, desde... ¿Cuánto tiempo ha pasado? ¿Días, meses, quizá años?
—Cálmate —aún abrazándole—. Pasará, todo volverá a ser normal. Ya lo verás.
—¿Y si no pasa? ¿Y si nos quedamos atrapados en este... este...? Limbo blanco ¿no es así como le llaman?

Los niños acostados, hoy extraordinariamente temprano y su pareja agotada para hacer otra cosa que no sea meterse en la cama con un libro y quedar profundamente dormida cinco minutos después. Emilio Carmona Prado siente que la noche comienza plena de posibilidades para abordar las tareas intelectuales que tiene pendientes. Pero en un gesto espontáneo prende la televisión y comienza a cambiar de canal una y otra vez, de pie, frente al aparato, sin apartar la mano de la botonera. Así permanece muchos minutos, tantos como para comenzar a sentir calambres en su hombro derecho, entonces decide sentarse, sólo un rato, o eso piensa, con el mando a distancia en su poder para recorrer de nuevo uno a uno hasta setenta veces y vuelta a empezar todos los canales de su televisor, deteniéndose en unos una cantidad de tiempo variable, pasando rápidamente por encima de otros hasta que, ya de madrugada, se lamenta por haber perdido la oportunidad de aprovechar de forma productiva todo el tiempo que ha desperdiciado frente al televisor.
Al día siguiente, por la noche, estará muy cansado y sólo le apetecerá acostarse y dormir, o frente a la pantalla del ordenador las horas volarán mientras navega por Internet, o dedicará su tiempo a leer, o —en la mejor de las situaciones— hará el amor con su mujer hasta quedar rendido. En cualquier caso siempre, al comenzar el nuevo día, se planteará firmemente el terminar la jornada provechosamente y puede que rece: "Musas, demonios, dioses y espíritus concededme en este día la inspiración y la fuerza suficiente para llevar adelante la empresa titánica en la que estoy embarcado: abrirme paso por la espesa jungla tan solo con la ayuda de mi imaginación y mis manos".

—Dónde crees que irá a caer?
—Pues dónde va a ser... En nuestra casa: en el jardín, en la piscina, quizás entrará por una ventana haciéndola añicos, o quedará enganchado en el tejado y seguro que a partir de ese momento entrará en nuestras vidas, quién sabe... puede que hasta me enamore de él o algo más extraño aún...
—¿Qué dices? —mirándola espantado.
—Echa un vistazo a lo que ha sido nuestra vida en los últimos tiempos ¿Te parece normal todo lo que nos ha pasado?
—Ahora eres tú la que se altera.
—No, de veras que no. Aunque debería hacerlo, tendría que estar asustada porque he perdido la capacidad de sorprenderme, aunque sobrevenga el hecho más extraño. ¿Que hay un tipo ahí colgando en el aire desafiando la Ley de la Gravedad? Pues bueno, ya bajará. Y cuando así suceda ten por seguro que algo relacionado con él vendrá a enredar nuestras vidas. Va a caer, aterrizará en nuestra parcela y este hecho necesariamente implica que algo importante nos ocurrirá a partir de ese momento; no se lo llevará una ambulancia o se matará o recogerá su paracaídas y se marchará sin más pidiendo socorro o un cura o disculpas, no, nos joderá la vida, sí estoy casi segura, bajará para jodernos la vida.
—Hacía mucho que no salían palabras sucias de tu boca.
—Sí, esa es otra, ¿te parece natural la forma en la que hablamos? ¿Tantos giros y ese lenguaje enmarañado como de personajes de novela? ¿Ni un solo taco en cuánto tiempo? ¡Hostia! ¡Me cago en la puta! ¡Joder! ¡Mierda! —estallando al llorar— ¡Mierda!
—Chsss, tranquila —abrazándola él ahora para tratar de calmarla—. Estamos juntos en esto —acariciando su pelo—, eso es lo importante, mi amor, estamos unidos.
—Sí, de momento —contesta ella, haciendo una brusca pausa en su sollozo.

Una noche más Emilio Carmona Prado parece abocado a perder su precioso tiempo frente al televisor, cambiando sin parar de canal, cuando una idea digna de ser anotada en su cuaderno de hojas de seda cruza por su mente fruto de la autística acción que está ejecutando. "¿Y si la programación entrara en pausa en los canales que no visiono? Un anuncio no daría paso a otro o al programa siguiente hasta que no dejara sintonizada su frecuencia mientras concluye. Necesitaría, pues, setenta televisores encendidos permanentemente y cada uno de ellos en un canal distinto para que la vida televisiva siguiera su curso normal". Emilio decide anotar la idea directamente en su ordenador y de ese modo dar el paso de aproximación necesario para continuar escribiendo la novela que a medio empezar o a medio terminar, según su estado de ánimo y grado de inspiración, permanece a la espera en su carpeta de Documentos. Piensa entonces en todo el tiempo en que ha dejado abandonada aquella historia y en la posibilidad de que sus personajes hayan vivido por su cuenta, sin duda una extraña existencia, desde el momento en que escribió aquel último párrafo que ahora relee:
“Ella abrió la puerta y respiró profundamente el aire luminoso de la fresca mañana y, al hacerlo, estirándose hacia atrás y elevando su cara al cielo, pudo ver al paracaidista descendiendo.”

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