Fecha de caducidad


   Debo ser la única persona en el mundo que nació con la fecha de caducidad impresa en la piel. Concretamente en las nalgas. Mamá estaba en avanzado estado de gestación cuando un bote de leche condensada cayó desde lo alto del armario de la despensa golpeando fuertemente su vientre. Cuando vi la luz todos se sorprendieron al observar el gran moratón que había quedado marcado en mis posaderas. Pero sobre todo, el motivo de que mi primera fotografía al nacer consistiera en un retrato de mis partes pudendas traseras, se debió al todavía más insólito hecho de que, en el centro de aquel estigma apareciera la misma fecha, aunque brocalada en espejo, que en la base de aquel bote indicaba el día de la caducidad del alimento que albergaba. De haber estado encajado para venir al mundo de nalgas el recipiente metálico me habría partido el cráneo sin remedio; visto el devenir de mi vida, no sé si habría sido mejor para todos.

      Siempre he temido que cuando mi tiempo se acabara, cuando la cuenta atrás se consumara, al coincidir el calendario con los dígitos en relieve de hojalata de aquel bote de leche y, en forma inversa, en morado y verde sobre el trasero de mis primeras semanas, el deterioro se manifestara en mí físicamente, que afectara a mi salud. Sin embargo, los cambios sufridos en mi vida nada han tenido que ver con la enfermedad o el deterioro físico; han sido más sutiles y extraños y, por lo general, progresivamente más peligrosos para los demás que para mí mismo. Hasta tal extremo ha llegado a ser así que no estaría donde estoy, encerrado en el garaje con el motor del coche en marcha, escribiendo estas líneas, si no considerara que es mejor desaparecer, pues me he convertido en un peligro demasiado grande para la sociedad.
Tardé algún tiempo en entender lo que me estaba ocurriendo, pero finalmente elaboré una teoría, creo que bastante acertada, sobre los singulares acontecimientos que comenzaban a sobrepasar el límite de lo que podía llegar a soportar. Si mi vida hubiera transcurrido con normalidad yo habría ocupado un lugar en el mundo, en cada momento, acorde con mis cualidades innatas y adquiridas o si se prefiere con lo que estuviera marcado en mi destino antes de que en la semana número treinta y nueve de mi estancia en el útero materno, mi madre se encontrara manipulando con los brazos en alto el interior de un armario. El cumplimiento de mi fecha de caducidad hace que no ocupe el puesto, el lugar, el instante astrológico que me correspondería en condiciones normales, por lo que en cada situación concreta genero un pequeño big bang necesario para contrarrestar este desequilibrio. Algunos han llegado a acusarme de gafe, de atraer la desgracia hacia los demás. Lo cierto es que cualquier situación competitiva precipita sin remedio un nuevo suceso funesto. Los estudios, la búsqueda de empleo, el cortejo amoroso, la conducción por carretera y una larga lista de las acciones más cotidianas; todo ha ido acumulando desgracia tras desgracia a mi alrededor, en demasiadas ocasiones con consecuencias extremadamente dramáticas.
Es por ello que he decidido irme. Trataré de hacer el menor ruido posible por no molestar más, ni siquiera en mi instante final. Sin dramatismos, con el convencimiento de que acabó mi papel en este mundo y de que es imposible seguir en él y cumplir a la vez con el que quizá sea el más importante e irrenunciable lema de todos cuantos he elaborado durante mi existencia: pasar por la vida haciendo el menor daño posible.
Quiero decir, para terminar, que siento mucho todo el mal que he podido causar, pero también deseo que todos sepan que hice lo posible por evitarlo. Sólo espero que en mi destino primigenio esté escrito que estos son mis últimos momentos, de lo contrario, escapa a mi razón el cataclismo universal que podría llegar a provocar. Si consiguen leer esto respiren con alivio, gracias por todo y perdón una vez más.

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