“No existen hechos, solo interpretaciones”
Friedrich Nietzsche
Imagina
una tribu remota, desconocida, en una región inexplorada. Sitúate
como
un intrépido
antropólogo —cambia el género si eres mujer o te sientes
tal— que después de una serie de tribulaciones —incluido el acontecimiento
extremo que prefieras: un accidente de avión en el que eres único
superviviente, una expedición fallida, un naufragio— se encuentra absolutamente
solo en una espesa selva, en la inmensidad del desierto, en una interminable
cordillera montañosa o en aquel paraje que más te subyugue. El caso es que
tropiezas con esa tribu de la que hablábamos al principio, ellos te rescatan o
tú das con ellos. Te amparan, convives largo tiempo con su gente, integrándote,
empapándote de su cultura, aprehendiendo sus costumbres y sus rutinas,
llegándote a sentir uno más, alcanzando por fin a comprender plenamente el
viejo lema que siempre quisiste hacer tuyo: "no es más rico quien más
tiene sino quien menos necesita". Y llega el día en que te aceptan de
lleno como uno de los suyos y para celebrarlo organizan un ritual en el que te
será desvelado el origen del pueblo que te acoge. Representa en tu mente el
solemne momento: puede que durante la noche, iluminados por el fuego, con danzas,
cánticos, ancestrales dramatizaciones y el más sabio de todos ellos —con toda
probabilidad un venerable anciano—, tomando la palabra para narrar la historia
de aquel que hace mucho, mucho tiempo decidió asentarse en aquel lugar y fundar
la tribu de Los antiguos hombres perdidos.
Cuenta la leyenda, transmitida durante siglos por tradición oral, que un hombre
sin nombre vagaba por el mundo siguiendo la senda que los dioses le marcaban a
través de señales claramente visibles en el firmamento y a ras del suelo.
Durante tanto tiempo anduvo sin llegar nunca a su destino, que sobrevino el día
en que dejó de seguir las indicaciones que, sin saber bien por qué, desde
tiempos inmemoriales venían guiándolo en su nómada existencia. Él no lo supo,
pero al suceder aquello, los dioses, lejos de enfurecerse, se enorgullecieron
al verlo y decidieron dejar de tutelarlo, al considerar que había evolucionado
a un estadio superior de autonomía y conocimiento. El vagabundo hizo noche en
aquellas circunstancias, y soñó que caminaba y caminaba y que dejaba de seguir
el rumbo que debía tomar y entonces se acostaba a dormir y soñaba que todas las
direcciones, en cualquier latitud y longitud, apuntaban al preciso lugar donde
él reposaba. El hombre despertó y decidió que había llegado al final de su
camino. Y en lo sucesivo a todo hombre y mujer errante que por allí pasaba le
narraba la historia por él vivida, y a muchos convencía para asentarse en aquel
lugar donde constituirían el territorio y el poblado de Los antiguos hombres perdidos. Concluye la historia de su génesis y
te planteas qué hacer:
a)
¿Quedarte a convivir con ellos porque has descubierto lo absurdo de la búsqueda
del sentido de la vida o porque te sientes libre entre tantos hombres libres, o
porque crees haber hallado la tierra prometida?
b)
¿Marcharte en ejercicio de la libertad que inauguró el profeta cortando su
cordón umbilical, o como apóstol de una cultura y una forma de entender la
existencia que el resto del mundo debe conocer, o decepcionado ante la falsa
profundidad que los miembros de la tribu pretenden otorgar a la parábola
perpetuada generación tras generación en
tan exornado como vacío ritual?
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