Padre nuestro que estás en el
cielo
Padre nuestro que estás en el
cielo
Ernesto
reza su tercer Padre Nuestro doble sin obtener resultado, pero no desespera.
Esmerado y paciente, perseverante y creyente en su buena suerte y en la
eficacia de la intercesión divina gracias a la fórmula que una anciana
hechicera le desveló hace muchos años, antes de la muerte de su madre: “reza un
padre nuestro doble cuando estés buscando algo y es seguro que encontrarás lo
que buscas”.
Santificado sea tu nombre
Santificado sea tu nombre
"¡No
estoy rezando con fe!", piensa. Y recuerda una charla del hermano Ángel:
"hay que orar reflexivamente, entendiendo lo que se dice, que a veces
parecemos un coro de cacatúas". Ateo por la gracia de Dios y de los
Hermanos Ludovicos. Ernesto aprieta su puño como el día en que su padre fue a
visitarlo y le dio una moneda que estuvo estrujando hasta llagarse y sangrar la
palma de su mano. "Debo concentrarme":
Venga a nosotros tu reino
Venga a nosotros tu reino
Mueve
su lengua con furia. “La sinhueso” como decía el hermano Damián. Uno de los
músculos más ejercitados y trabajados en su obsesivo afán por esculpir un
cuerpo perfecto desde que descubrió el arte al que habría de consagrar su vida:
convertirse en el amante perfecto, un experto en lides amorosas. Había ideado
para el entrenamiento de este órgano un curioso sistema de cuerdecillas,
pequeñas poleas y pesas, que con el paso de los años habían conformado una
lengua musculosa, larga, flexible, magnífica, placenteramente despiadada.
Hágase tu voluntad en la tierra
como en el cielo
Hágase tu voluntad en la tierra
como en el cielo
Ernesto
podría haber llegado a ser virtuoso de cualquier disciplina a la que se hubiera
querido entregar; "es un auténtico niño prodigio", decía el hermano
Carras. Sin embargo, descubriendo a temprana edad la levitación orgásmica, la
intensidad supina del abandono terrenal, de la muerte por unos segundos que
podía provocar en una mujer; había empleado toda su inteligencia y creatividad
en convertirse en un maestro del placer.
Danos hoy nuestro pan de cada día
Danos hoy nuestro pan de cada día
Criado
entre frailes, de los que no acababa de renegar del todo pues entre ellos
ninguna de sus necesidades físicas había sido descuidada. Deteniéndose a pensar
llegaba a la conclusión de que él mismo había abrazado, con la entrega a su
actual ocupación, cierto tipo de votos que lo habían convertido en el monje de
una especie de nueva orden. “Ernesto García. Morenazo apolíneo. Descubre un
nuevo mundo de sensaciones. Sólo para ellas. Exclusivamente tête à tête”.
Durante los últimos meses, tras su traslado definitivo a la capital y la
publicación del anuncio en los periódicos, Ernesto había podido constatar la
gran cantidad de personas que existen necesitadas de amor.
Perdona nuestras ofensas como
nosotros perdonamos
a los que nos ofenden
Perdona nuestras ofensas como
nosotros perdonamos
a los que nos ofenden
Los
frailes pretendieron convertirlo en uno de los suyos, fagocitarlo. Malena, la
dulce mediadora entre el mundo exterior y el sistema semicerrado del “hogar”,
Mala en la intimidad, lo salvó. Descubrió su talento, las cualidades innatas
que se echarían a perder si seguía el recto camino, sin duda para él también la
senda equivocada. "Les salió rana su jodido Marcelino Pan y Vino".
Ernesto no se había parado a analizar bien el motivo de su visceral odio hacia
los frailes y por extensión a todo lo que oliera a religión. Pero podía intuir,
cuando le rondaba esta interrogante, que su actitud no era más que una
proyección de la rabia que no quería o no podía sentir contra la madre muerta y
el padre que lo abandonó.
No nos dejes caer en la tentación
No nos dejes caer en la tentación
Llega
el momento, va a ascenderla a los cielos. Agita la lengua en su interior
calculando dos dedos de profundidad, en la zona anterior derecha y presiona al
mismo tiempo su abdomen hacia abajo con la mano, justo por encima del hueso del
pubis. El comienzo de la dilatación del punto Gräfenberg coincide con la
repetición del verso:
Y libranos del mal
Ernesto
pausa su deprecación y ya sólo se concentra en estimular, con toda su vasta
experiencia y profundo conocimiento, la puerta de entrada del orgasmo que sabe
está al borde de desencadenar. Un hilo de saliva mana de la boca de la mujer
mientras profiere profundos gemidos. Ella se vence hacia atrás, tensionando
todos sus músculos y curvando la espalda al máximo. Ernesto la acompaña en su
caída, sin dejar de estimularla, procurando con sus fuertes brazos que no se
haga daño en el incontrolado movimiento que acaba por postrarla en posición
decúbito supino sobre el lecho. Todavía en esta postura continúa agitándose por
unos segundos hasta finalmente relajarse e ir recuperando poco a poco el
aliento. Ernesto asciende entonces lentamente hasta colocarse a su lado, sonríe
y susurra en su oído:
Amén
y Amén.
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