Los feligreses y las máximas autoridades del lugar caminan en procesión tras la venerada imagen de su patrona. Media docena de mozos portan el trono con gallardía. La Guardia Civil regula el tráfico, suspendiendo la circulación a través del recorrido que seguirá la comitiva. Tradición y devoción. Los participantes cantan durante la marcha el himno local de la madre de Dios.
Ya retornan hacia la iglesia, en dos bien
ordenadas filas. Velas y cirios en sus manos van dejando sobre el asfalto dos
regueros blancos: la cera derretida que gota a gota multiplicada por más de
cien almas se solidifica de nuevo sobre la calzada.
Por fin, entre vivas y aplausos, hace
entrada la regia efigie en su santuario. Afuera, patinando sobre la pista de
cera: ruido de frenazos, golpes metálicos y cristales rotos; gritos,
atropellos, choque en cadena, amasijo de hierros, sangre y despojos. Multitud
de heridos y cinco fallecidos que la Virgen María seguro acogerá en su seno,
mientras el diablo se retuerce de risa.
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